Experimentar la felicidad sin esfuerzo, rodeado de familia, amigos cercanos y un equilibrio entre responsabilidades y entretenimiento: la receta ideal para una vida saludable y armoniosa. Sin embargo, bajo la superficie, la realidad se revela: vivir con padres no garantiza una familia perfecta, las amistades duraderas no son eternas, las responsabilidades pueden resultar abrumadoras y el entretenimiento requiere una cuidadosa navegación para evitar hábitos perjudiciales.
En mis veinte años, a pesar de una vida feliz, una curiosidad interna me instaba a indagar más profundamente en el autoconocimiento. Aunque soy una persona espiritual y vivía activa en la iglesia y a pesar de dosis regulares de frases positivas, persistía una sensación de algo faltante. Decir que necesitaba de un psicólogo provocaba risas y comentarios juguetones de familiares y amigos. Entiendo que lo hicieron desde la perspectiva de su propia experiencia y sin mala intención. Sin embargo, una voz interior me pedía dar ese paso.
Un día, decidí utilizar mi tarjeta del seguro social y dirigirme al hospital general, donde ofrecían terapias psicológicas. No tuve que esperar días para obtener una cita; en ese momento, me informaron que la psicóloga estaba disponible. Tomé esto como un signo del destino y al reconocer a la doctora, recordé haberla visto previamente, tal vez en la iglesia. Dada la pequeñez de mi ciudad, era probable que nos hubiéramos cruzado en algún lugar público.
"¿Qué te trajo aquí?" Fue lo primero que escuche. Respondí con una sonrisa nerviosa: "La verdad, no lo sé".
Ella sonrió también y me aseguró que estaba bien. Comenzó a hacerme preguntas, y para la tercera pregunta, ya estaba llorando con sollozos profundos. Las preguntas y recuerdos tocaban lugares antiguos y profundos de mi vida, revelando cosas que nunca antes había compartido. Reconocí y comprendí ciertos rasgos de mi personalidad que se habían formado debido a las circunstancias de mi vida. En un momento, le dije: "No entiendo por qué no puedo dejar de llorar". Ella, siendo profesional e inteligente, me brindó cada vez más confianza.
En esa primera sesión, reconocí lo que mencioné al inicio: admití en voz alta que había experimentado muchos momentos dolorosos y que aún no comprendía completamente, ya sea sobre mi familia, mis decisiones o situaciones que me habían afectado profundamente. Después de esa sesión tan inspiradora, sabía que necesitaba más; era solo el comienzo. A decir verdad, no fui muy responsable en aquel entonces, y aunque podría mencionar una lista de excusas, la verdad es que no regresé. Después de algunos años, finalmente decidí volver, y aunque ahora sería con otra persona y a distancia, continúo viéndome como un espectador a veces. También he seguido entendiendo que cuesta mucho tener una vida tranquila cuando lo que has aprendido es mucho caos. Aun así, llevo más de un año con mi reciente psicóloga, y si miro hacia atrás con la idea de que todo lo que digo es lo único correcto, puedo ver un gran crecimiento que constantemente sigo trabajando.
Extiendo una recomendación a quienes consideran la terapia: una humilde admisión de que no tenemos todas las respuestas y podríamos lastimar sin saber a quienes nos rodean. Reconoce que no todo lo que hacen los demás nos convierte en víctimas.
Algo que no ha cambiado, o más bien que se ha vuelto más fuerte, es el conocimiento de que soy afortunada y que continúo viendo cómo cada uno de mis sueños y metas se va logrando. No puedo quejarme, aunque a veces lo hago, pero luego entiendo que incluso los momentos difíciles me han ayudado en los siguientes pasos.
Espero que mi post de hoy sirva como inspiración para que aproveches la oportunidad de conocerte más y que te animes a esa primera sesión para emprender un viaje hacia ti mismo.
Comments
Post a Comment